lunes, 14 de febrero de 2011

Algo tiene, sin dudas

Te espero a medianoche, dijo él. Y ella, ocultando la emoción, lo planeó todo: la salida de la cama a hurtadillas, el salto por la ventana... Así, en la grupa de un caballo, y sin el consentimiento paterno, empezó una historia de amor que duró más de 50 años y que dio vida a una familia de la cual soy descendiente. Cuánto cambia el amor, exclama mi abuela en suspiros; yo creo que quizás no tanto. Porque, mientras escucho la historia que no cesa de contar, pienso que, sin raptos novelescos, siguen ardiendo troyas por su causa.

Ya no tiene sofás, chaperonas, duelo de espadas, serenatas, coquetos abanicos, manos pedidas o virtudes reservadas. Hoy es más libre, pero no menos esclavo. Menos ingenuo, pero igual de iluso. Más espontáneo, como otrora: encendido.

No hay susurro que el amor no convierta en grito, o penumbra que no vuelva luz. No hay nieve que no derrita, ni sed que no calme. Algo tiene, sin dudas. Algo que rapsodas, filósofos, científicos, periodistas o abuelas nostálgicas no logran desentrañar. Tanto tiene de lágrima y sonrisa, tanto de dicha y sacrificio, tanto de concesión y entrega.

Es semejante y diferente el amor como son de parecidas las centurias y los amantes. Porque en este siglo, o en el anterior, tiene el poder de estremecer el alma y lo mismo da por fugas madrugueras que por intentos de equilibrio en la cuerda floja. Nada hay como el amor, en nombre del cual se capitula, con la misma vehemencia, con que se inician los más duros combates.

(Tomado de el habanero)

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