Las 25 noticias más censuradas en Estados Unidos (IV)
Ernesto Carmona
Mapocho Press
La Oficina Federal de Investigación (Federal Bureau of Investigation,
FBI, en inglés) emprendió un método inusual para “prevenir futuros
atentados terroristas” al desarrollar una red de casi 15.000 espías para
infiltrar diversas comunidades estadounidenses a la busca de
potenciales maquinaciones terroristas.
Sin embargo, los topos realmente están buscando e incitando a cierto
perfil de gente a cometer violaciones de la ley, e incluso delitos
criminales, para después denunciarlos y cobrar recompensas en efectivo
de hasta 100.000 dólares por caso, mientras el FBI convoca a la prensa
para dar cuenta de otro complot terrorista abortado.
La fuente principal de esta historia sobre los infiltrados secretos
del FBI en redes sociales, cómo seleccionan a sus víctimas
estadounidenses y las inducen a cometer delitos para luego encerrarlas
es una investigación del Programa de Periodismo de Investigación de la
Universidad de Berkeley-California y la revista Mother Jones. La trama
de esta extraña actividad del FBI fue relatada por Trevor Aaronson en el
reportaje “The Informants” (Los informantes). Ésta es la traducción de
lo publicado en Mother Jones de septiembre-octubre 2011:
“El FBI construyó una red masiva de espías para prevenir otro ataque
nacional. ¿Pero están atacando la estructura terrorista, o la están
liderando?”
James Cromitie era un hombre de bravatas y fanatismo. Compuso historias
salvajes sobre sus hazañas supuestas, como haber explotado bombas de gas
en recintos de policía usando un lanzallamas, y despotricaba contra los
judíos. Una vez dijo: “El peor hermano de todo el mundo islámico es
mejor que 10 mil millones de yahudies”.
Mecánico de 45 años, adoptó el nombre de Abdul Rahman tras
convertirse al Islam en una estadía en prisión por vender cocaína.
Cromitie tenía varias preocupaciones: convenció a su esposa que no
dormía pensando en el alquiler y en encontrar un trabajo decente si
cargaba con un expediente criminal. Pero soñaba con estampar su marca. Y
confiaba mucho en un pakistaní de mediana edad, a quien conocía como
Maqsood.
–“Voy a hacer algo realmente grande”, diría Cromitie. “Justo lo siento, se lo estoy diciendo. Lo presiento”.
Maqsood y Cromitie se encontraron en una mezquita de Newburgh, un
pueblo de mal vivir abandonado por la fuerza aérea, a casi una hora al
norte de Nueva York. Entablaron amistad, hablando por horas sobre los
problemas del mundo y cómo los judíos debían pagar sus culpas.
Todo era charla, hasta noviembre de 2008, cuando Maqsood presionó a
su nuevo amigo: –¿Usted no ha pensado en ser un buen reclutador o un
mejor hombre de acción?–, le preguntó Maqsood.
– Soy ambos–, se jactó Cromitie.
– Mi gente se complacería mucho en conocer eso, hermano. Honestamente.
–¿Quién es su gente?, interrogó Cromitie.
–Jaish-e-Mohammad.
Maqsood dijo que era un agente del grupo terrorista paquistaní
encargado de ensamblar un equipo a sueldo de la Jihad en EEUU. Le
preguntó a Cromitie:
– ¿Qué atacaría si tuviera los medios?
–Un puente–, dijo Cromitie.
– Pero los puentes son demasiado duros para ser atacados –replíco Maqsood–, porque se hacen de acero.
– Por supuesto que se hacen de acero –contestó Cromitie–. Pero, de la misma manera que pueden levantarse, se pueden derribar.
Maqsood indujo a Cromitie a adoptar un plan “más realista”. Los
ataques de Bombay estaban en todas las noticias y señaló cómo esos
pistoleros apuntaron a hoteles, cafés y un centro de la comunidad judía.
–Con su inteligencia, sé que usted puede manipular a alguien –le dijo
Cromitie a su amigo–, pero no a mí, porque soy inteligente.
Los amigos fraguaron un bombardeo a una sinagoga del Bronx (NY) y
después dispararían misiles Stinger a los aviones estacionados en el
Aeropuerto Internacional Stewart, en el sur de Hudson Valley. Maqsood
proporcionaría todos los explosivos y armas, incluso los vehículos.
–Tenemos dos misiles, ¿Ok? –ofreció–. Dos Stingers, misiles rocket.
Maqsood era un operativo secreto; y eso era verdad. Pero no de
Jaish-e-Mohammad. Su verdadero nombre era Shahed Hussain y era un
informante pagado por la Oficina Federal de Investigación.
Desde el 11 de septiembre de 2001, el contraterrorismo es la
prioridad N° 1 del FBI, que consume la mayor parte de su presupuesto
–3.300 millones de dólares, 27% más que los 2.600 millones destinados a
luchar contra el crimen organizado– y presta mucha atención a los
agentes en terreno de su red masiva de informantes, a escala nacional.
Después de años de acentuar el reclutamiento de estos informantes
como tarea principal de sus agentes, la oficina mantiene ahora una
nómina de 15.000 espías, muchos de ellos, como este Hussain, encargados
de tareas de infiltración de comunidades musulmanes en EEUU. Además, por
cada informante oficialmente enlistado en los registros del bureau, hay
por lo menos tres oficiosos, conocidos en el lenguaje fbiano como hip
pockets (“bolsillos traseros”), según un ex funcionario de alto nivel
del FBI.
Los informadores pueden ser médicos, vendedores, imanes. Algunos ni
siquiera podrían considerarse informantes. Pero el FBI regularmente
exalta a todos como parte de un aparato nacional de inteligencia cuyo
único símil histórico pudo ser Cointelpro, el programa que desarrolló la
oficina entre los años 50 y 70 para desacreditar y marginar
organizaciones introducidas por el Ku Klux Klan en los grupos de
protesta y derechos civiles.
A través de la historia del FBI, el número de informantes es un
secreto cuidadosamente guardado. Sin embargo, periódicamente la oficina
recurre a estas figuras. Un comité del Senado encontró en 1975 que tenía
1.500 informantes. En 1980, funcionarios revelaron que eran 2.800. Seis
años más tarde, siguiendo el empuje del FBI contra las drogas y el
crimen organizado, el número de informantes se infló a 6.000, publicó
Los Angeles Times en 1986. Y según el FBI, el número creció
perceptiblemente después del 11/9. En el año fiscal 2008, en su
requerimiento de autorización presupuestaria, el FBI reveló que
trabajaba acatando una instrucción presidencial de noviembre de 2004 que
exigía crecimiento del “desarrollo y gestión humana de las fuentes” y
que necesitaba 12,7 millones de dólares para un programa de etiquetado
de su red de espías y crear software para el seguimiento y manejo de sus
informantes.
La estrategia del bureau ha cambiado perceptiblemente desde los días
en que sus funcionarios temieron otros ataques coordinados
internacionalmente y financiados por una célula “en sueño” de Al Qaeda.
Hoy, los expertos en contraterrorismo creen que grupos como Al Qaeda,
maltrechos por la guerra en Afganistán y los esfuerzos del área global
de inteligencia, se han desplazado a un modelo de franquicia, utilizando
Internet para animar a sus simpatizantes a realizar ataques en su
nombre. La principal amenaza nacional que percibe el FBI es un lobo
solitario.
La respuesta del bureau ha sido una estrategia conocida
indistintamente como “prioridad”, “prevención” o “disrupción”, que
consiste en identificar y neutralizar a los lobos solitarios potenciales
antes que se muevan hacia la acción. A tal efecto, los agentes e
informantes del FBI no apuntan siquiera a los jihadistas activos, sino a
decenas de miles de personas respetuosas de la ley, buscando
identificar las contrariedades de unos pocos que sean capaces de
participar en un plan sugerido por sus propios agentes e informantes, en
determinadas oportunidades y con medios. Y cuando llega después el
momento, el mismo gobierno proporciona el plan, los medios y señala la
oportunidad precisa.
Así es cómo trabajan: los informantes reportan a sus controladores
sobre gente que, por ejemplo, ha manifestado simpatías por los
terroristas. Entonces se hacen referencias cruzadas con los datos de
inteligencia existentes sobre esas personas, tales como datos de
inmigración y antecedentes penales. Los agentes del FBI pueden así
asignar a un operativo secreto para acercarse al blanco etiquetado como
un radical. A veces, el operativo propondrá un plan, proporcionará
explosivos, incluso someterá al blanco a un juramento falso de Al Qaeda.
Una vez recopilada bastante información de la incriminación, viene la
detención y la rueda de prensa que anuncia otro proyecto terrorista
frustrado.
Si esto suena vagamente familiar, es porque tales operaciones
policiales son frecuentes en los titulares. ¿Recuerdan el complot de
bombardeo del Metro de Washington? ¿El plan contra el tren subterráneo
de Nueva York? ¿Los individuos que planeaban explotar la Torre Sears?
¿El adolescente que intentó bombardear la iluminación del árbol de
navidad de Portland? Cada uno de ésos complots, y docenas de otros por
toda la nación fueron conducidos por un miembro del FBI.
Durante el último año, Mother Jones y el programa de periodismo de
investigación de la universidad de Berkeley-California examinaron los
procesamientos de 508 demandados en casos relacionados con terrorismo,
según la definición del ministerio de Justicia. ¿Qué encontró nuestra
investigación?:
● Casi la mitad de los procesos involucró el uso de informantes,
muchos de ellos incentivados por el dinero (los operativos pueden cobrar
hasta 100.000 dólares por asignación) o la necesidad de levantar
violaciones criminales o de inmigración. (Para más detalles sobre estos
508 casos, ver nuestras páginas de navegación y los registros de la base
de datos).
● Las operaciones policiales dieron lugar al procesamientos contra
158 demandados. De ese total, 49 acusados participaron en planes
conducidos por un agente provocador, la instigación operativa del FBI
para la acción terrorista.
● Todos los complots nacionales destacados de terrorismo durante la
década pasada, con tres excepciones, fueron realmente aguijoneados por
el FBI. (Las excepciones fueron Najibullah Zazi, que estuvo cerca de
bombardear el sistema de transporte subterráneo de Nueva York en
septiembre de 2009; Hesham Mohamed Hadayet, el egipcio que abrió fuego
contra el controlador de boleto de El Al en el aeropuerto de Los
Ángeles; y fallido intento de bombardero de Faisal Shahzad en Times
Square, en mayo de 2010).
● En muchos casos de aguijoneo del FBI, los encuentros clave entre el
informante y el blanco no fueron registrados, para dificultar a los
acusados sus alegatos de colocación de trampas para probar su caso. Los
cargos relacionados con terrorismo son tan difíciles de llevar adelante
en la corte, sobre todo cuando las evidencias son poco abundantes, que a
menudo los demandados no arriesgan un juicio.
“El problema con los casos de que estamos hablando es que los
demandados no habrían hecho ninguna cosa si no hubieran sido empujados
por los agentes de gobierno”, dijo Martin Stolar, un abogado que
representó a un hombre cogido en un aguijoneo de 2004 que involucró la
estación de metro de Herald Square en Nueva York. “Están creando
crímenes para resolver crímenes y poder reclamar por una victoria en la
guerra antiterrorista”. En defensa del FBI, sus partidarios sostienen
que la oficina sólo perseguirá un caso cuando el blanco esté claramente
dispuesto a participar en la acción violenta. “Si usted está haciendo un
aguijoneo derecho, usted está ofreciendo al blanco múltiples ocasiones
de retirarse”, dijo Peter Ahearn, un agente especial jubilado que
dirigió al Grupo de Tarea de la Junta Occidental de Anti-terrorismo de
Nueva York y supervisó la investigación del Lackawanna Six, una célula
de terrorismo acusada por el FBI cerca de Buffalo, Nueva York. “La gente
real no dice ‘sí, dejemos que coloquen la bomba’. La gente real llama a
los polis”.
En la página 2 de este reportaje, que en total ocupa seis largas
páginas del sitio web de Mother Jones, algunos veteranos del FBI
criticaron el programa como improductivo e intruso. Señalaron que
–durante una reunión de alto nivel– el agente estrella Phil Mudd dijo
que él había empujado a la oficina “al lado oscuro”. Esa tensión tiene
sus raíces en la diferencia rígida entre el FBI y la CIA: Mientras esta
última tiene libertad para actuar internacionalmente sin consideración
alguna hacia los derechos constitucionales, el FBI debe respetar tales
derechos en sus investigaciones nacionales y los críticos de Mudd
consideraron que era ir demasiado lejos poner en práctica la idea de
apuntar a los estadounidenses basándose en su pertenencia étnica y
religiosa.
Para seguir leyendo (en inglés) las cinco páginas restantes de este
extraordinario reportaje de Trevor Aaronson, en Mother Jones, hay que
pinchar en:
http://www.motherjones.com/politics/2011/08/fbi-terrorist-informants?page=2.
*) Ernesto Carmona, periodista y escritor chileno.
Fuentes:
● Trevor Aaronson, “The Informants,” Mother Jones, September/October
2011,
http://www.motherjones.com/politics/2011/08/fbi-terrorist-informants .
http://www.motherjones.com/politics/2011/08/fbi-terrorist-informants?page=2 .
● “FBI Organizes Almost All Terror Plots in the US,” RT.com, August
23, 2011, http://rt.com/usa/news/fbi-terror-report-plot-365-899/print.
●
http://www.mediafreedominternational.org/2011/12/05/fbi-agents-responsible-for-majority-of-terrorist-plots-in-the-united-states/
Estudiante investigador: Taylor Falbisaner (Sonoma State University)
Evaluador académico: Peter Phillips (Sonoma State University)